Hasta el momento había sacralizado el espacio de mi blog. Sólo ahorcaba (eso de colgar en el blog me sigue pareciendo una metáfora apabullantemente asesina) textos míos, pero no podía dejar de compartir este poema. La Habana siempre para mí fue una bestia al acecho, le jugué cabeza, traté de enamorarla, en ocasiones la evadí, pero como dice Osmany en una entrevista, no fue encantamiento, más bien maldición. El poema que voy a poner a juicio es de ese gran amigo, Osmany Oduardo Guerra, escritor y periodista de Cubaliteraria al que aún no le tocado la maldición de las ciudades externas (hasta ahora sólo le tocó en suerte Las Tunas, y La Habana, con visitas esporádicas al resto de las capitales... provinciales) y forma parte de su libro Poeta en La Habana.
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Todo lo que diga a partir de este momento,
de este sencillo momento en que acomodo mis uñas
en la carne infernal de las paredes,
serán sólo palabras amordazadas por la intemperie,
por los rasgos de la ciudad yerta a lo lejos.
Me acosan los jardines,
las calles populosas y sus pasos.
Me enervan esos cantos que se ausentan
y el estertor que nunca escuché
sino hasta este día bendecido por las aguas.
Puedo decir que hay cientos de escaleras
pero nada contendrá mis pies en el vacío.
Es vacía mi edad sobre los muros,
es vacío el hedor de las paredes,
es vacía la piel sin rasgaduras y sin llagas.
Puedo gritar que muchos detestan la ciudad
y se acurrucan mordidos por su historia.
Es mi deber, o al menos mi osadía,
no reprimir el llanto de los Otros.
Los Otros soy yo mismo
ensimismado y rabioso de nostalgia,
ruborizado y muerto.
He jurado, ante las puertas de La Habana,
maldecir tantas calles como espejos,
ignorar sus bellezas,
los animales que escarban en la noche,
las columnas besadas por el tiempo amargo,
insobornable.
He jurado decir la verdad, o no callarme,
o al menos escaparme del silencio,
o inventarme una piel tatuada a gritos,
aunque gritar sea cosa de anormales
y esos ya no nos pertenecen,
ellos hacen las paces con nosotros
y se desnudan tercos sobre el fuego.
He jurado,
y también sé que eso es cosa de asesinos,
es cosa de calar en los rincones
con un hacha de espuma.
Imagino que el mar es un abrazo
pero no tengo frío ni amanece
porque esta noche
es noche de inocentes tentaciones,
o de fracasos que aumentan la impaciencia.
Por eso es que camino por la orilla
con los pies detenidos en los ojos de los Otros,
esos que tampoco nos pertenecen
pero han perdido su fe,
y eso es muy bueno.
Los Otros, qué demonios tan dulces e impacientes,
qué castrados de toda alevosía,
qué infelices los Otros, ellos mismos
que condenaron todas nuestras puertas
con los cuerpos arenosos de los náufragos.
Tan sencillos los Otros
martillando mi piel en la madera.
Es fácil ser Los Otros sin que nos reconozcan.
Es fácil, tan fácil que me aterrra
y estremece los contenes agrietados
donde duermo con sed de madrugada.
Difícil es ser Dios
en una ciudad que goza con mi suerte.
Difícil es morder la sien al puerto.
Difícil es, sin dudas,
conversar con el cuello abierto a todo,
reírse con puñales clavados en la espalda,
abrazar al traidor,
vivir,
qué pena.
Avergüenza nacer ya sin zapatos,
avergüenza morir
y no tener más hazañas que esa muerte
y unos pocos recuerdos y caricias,
y unos extraños besos.
Qué nostalgia.
Hoy no importan los barcos ni la nieve
ni los vientos calados en mi orilla
porque al besar la ciudad
me he descubierto absorto, impredecible,
negado ser el pasto de los Otros,
imposibles los Otros en su histeria.
Hoy no importan las ruinas.
“La Habana es sólo un barrio marginal”, dice mi amigo
mientras abraza fiel los basureros,
y yo trato de huir de mi cerveza amarga.
Tampoco importa el pan,
ese que sí nos pertenece
pero tiene unas grietas invisibles
por donde escapa el tiempo.
Soy eterno y fugaz como las avenidas,
imberbe como los aeropuertos,
condenado a vivir en altos campanarios,
jorobado y sediento,
encarnizado por el polvo.
cuando vengan a buscarme
me encontrarán sin hambre ni rencores
abrazado a esta ciudad
que sabe a veces a nostalgia,
a veces sabe a muerte desgarrada,
a retornos que rezuman el vacío de la espera.
Qué importan los teléfonos si azules.
El azul no es tan triste
como para llorar las tardes sin marcharse.
El azul no es inmenso,
nos hicieron creer tantas mentiras
que ahora sentimos asco por la ciudad.
Nos mintieron.
Dijeron que La Habana era el centro de la historia,
que tenía ese mar inconfundible,
un cielo diferente
y nos mintieron.
La Habana es sólo el centro del pantano,
un abismo aferrándose a una rama,
un puerto sin retorno,
una pequeña aldea donde se invoca al miedo.
Qué hacer si la ciudad nos contamina
a pesar del residuo de uno mismo.
Qué hacer si los demás cercenan nuestros hijos
y quedamos sin nanas para el desayuno.
Es mejor olvidar hasta la sangre,
remontarnos al tiempo del deseo,
ignorar las semillas que alguna vez comimos
y el árbol que no nació jamás.
Es preferible ser el vagabundo
y errar por los pasajes de una historia inaudita
sin siquiera haber palpado la humedad de los muros.
Sé que luego vendrán a condenarme por profanar las calles,
por imprudente y cruel y despiadado.
Sé que nada ni nadie podrá salvarme
y que todo lo que he dicho aquí de la ciudad
será usado en mi contra.
© Osmany Oduardo Guerra
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Todo lo que diga a partir de este momento,
de este sencillo momento en que acomodo mis uñas
en la carne infernal de las paredes,
serán sólo palabras amordazadas por la intemperie,
por los rasgos de la ciudad yerta a lo lejos.
Me acosan los jardines,
las calles populosas y sus pasos.
Me enervan esos cantos que se ausentan
y el estertor que nunca escuché
sino hasta este día bendecido por las aguas.
Puedo decir que hay cientos de escaleras
pero nada contendrá mis pies en el vacío.
Es vacía mi edad sobre los muros,
es vacío el hedor de las paredes,
es vacía la piel sin rasgaduras y sin llagas.
Puedo gritar que muchos detestan la ciudad
y se acurrucan mordidos por su historia.
Es mi deber, o al menos mi osadía,
no reprimir el llanto de los Otros.
Los Otros soy yo mismo
ensimismado y rabioso de nostalgia,
ruborizado y muerto.
He jurado, ante las puertas de La Habana,
maldecir tantas calles como espejos,
ignorar sus bellezas,
los animales que escarban en la noche,
las columnas besadas por el tiempo amargo,
insobornable.
He jurado decir la verdad, o no callarme,
o al menos escaparme del silencio,
o inventarme una piel tatuada a gritos,
aunque gritar sea cosa de anormales
y esos ya no nos pertenecen,
ellos hacen las paces con nosotros
y se desnudan tercos sobre el fuego.
He jurado,
y también sé que eso es cosa de asesinos,
es cosa de calar en los rincones
con un hacha de espuma.
Imagino que el mar es un abrazo
pero no tengo frío ni amanece
porque esta noche
es noche de inocentes tentaciones,
o de fracasos que aumentan la impaciencia.
Por eso es que camino por la orilla
con los pies detenidos en los ojos de los Otros,
esos que tampoco nos pertenecen
pero han perdido su fe,
y eso es muy bueno.
Los Otros, qué demonios tan dulces e impacientes,
qué castrados de toda alevosía,
qué infelices los Otros, ellos mismos
que condenaron todas nuestras puertas
con los cuerpos arenosos de los náufragos.
Tan sencillos los Otros
martillando mi piel en la madera.
Es fácil ser Los Otros sin que nos reconozcan.
Es fácil, tan fácil que me aterrra
y estremece los contenes agrietados
donde duermo con sed de madrugada.
Difícil es ser Dios
en una ciudad que goza con mi suerte.
Difícil es morder la sien al puerto.
Difícil es, sin dudas,
conversar con el cuello abierto a todo,
reírse con puñales clavados en la espalda,
abrazar al traidor,
vivir,
qué pena.
Avergüenza nacer ya sin zapatos,
avergüenza morir
y no tener más hazañas que esa muerte
y unos pocos recuerdos y caricias,
y unos extraños besos.
Qué nostalgia.
Hoy no importan los barcos ni la nieve
ni los vientos calados en mi orilla
porque al besar la ciudad
me he descubierto absorto, impredecible,
negado ser el pasto de los Otros,
imposibles los Otros en su histeria.
Hoy no importan las ruinas.
“La Habana es sólo un barrio marginal”, dice mi amigo
mientras abraza fiel los basureros,
y yo trato de huir de mi cerveza amarga.
Tampoco importa el pan,
ese que sí nos pertenece
pero tiene unas grietas invisibles
por donde escapa el tiempo.
Soy eterno y fugaz como las avenidas,
imberbe como los aeropuertos,
condenado a vivir en altos campanarios,
jorobado y sediento,
encarnizado por el polvo.
cuando vengan a buscarme
me encontrarán sin hambre ni rencores
abrazado a esta ciudad
que sabe a veces a nostalgia,
a veces sabe a muerte desgarrada,
a retornos que rezuman el vacío de la espera.
Qué importan los teléfonos si azules.
El azul no es tan triste
como para llorar las tardes sin marcharse.
El azul no es inmenso,
nos hicieron creer tantas mentiras
que ahora sentimos asco por la ciudad.
Nos mintieron.
Dijeron que La Habana era el centro de la historia,
que tenía ese mar inconfundible,
un cielo diferente
y nos mintieron.
La Habana es sólo el centro del pantano,
un abismo aferrándose a una rama,
un puerto sin retorno,
una pequeña aldea donde se invoca al miedo.
Qué hacer si la ciudad nos contamina
a pesar del residuo de uno mismo.
Qué hacer si los demás cercenan nuestros hijos
y quedamos sin nanas para el desayuno.
Es mejor olvidar hasta la sangre,
remontarnos al tiempo del deseo,
ignorar las semillas que alguna vez comimos
y el árbol que no nació jamás.
Es preferible ser el vagabundo
y errar por los pasajes de una historia inaudita
sin siquiera haber palpado la humedad de los muros.
Sé que luego vendrán a condenarme por profanar las calles,
por imprudente y cruel y despiadado.
Sé que nada ni nadie podrá salvarme
y que todo lo que he dicho aquí de la ciudad
será usado en mi contra.
© Osmany Oduardo Guerra
4 comentarios:
Te iba a dejar un comentario aquí, pero como la bola pica y se extiende, decidí ponerlo en mi blog.
Gracias y un abrazo,
Bustro
Qué poema tan bello... conocí a Osmani en la Feria del Libro y me pareció encantador, es más, quedé prendada de su mirada bonachona. Tiene que ser un tipo maravilloso este OSmani. Muchas gracias por poner el poema, tenía ganas de leer algo de su "Poeta en la Habana", del que tam bien me hablaron.
Cambiando de tema, tienes un blog buenísimo, te seguiré lo spasos, perdona si antes no tuve tiempo de pasarme.
¿Te gustaría mandarme algo para publicártelo en el blog de Literarte?
Ivis como ya te dejé dicho en tu blog, apenas hable con Osmany le digo que pase a ver tu comentario del poema, Muchísimas gracias ya veremos que te puedo enviar para publicar por allá
¡Gracias, Eduardo! Un beso para Osmani, que se cuide...
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