Los ojos de la espuma te persiguen, ¿cómo podrás dormir con tanto mar en derredor?
_ Voy a tener que cambiar de indumentaria. La gorra no. Parece que va a entrar un Norte. Esta humedad va a acabar con mis huesos.
A la habitación van llegando los restos de naufragios. La lluvia que humedece las paredes, los torna grises y sórdidos. Ya no se anuncian a toda voz en el noticiero diario, llegan como una repetición de algo escuchado en cientos de ocasiones. Las noticias de hoy son el eco de las de ayer, las de ayer de las de anteayer, y así van retrocediendo hasta principios del mundo.
El barquito de papel abandonó a su amigo fiel en el puerto.
_ Ya los depósitos de basura no son lo que antes. Ni pizzas encuentras ahora. Unas cuantas botellas vacías, latas, muy poco de comer.
En el espejo se reflejan las mismas cosas, sólo que un poco más viejas. Las paredes más desconchadas, el polvo cubriendo los libros. Demasiados libros. Las historias se acumulaban tras las puertas. Emboscadas asaltaban a los visitantes, los agredían con una carga de pasado.
El barquito navega del fregadero
hacia el lente
lo atraviesa y se va encajando dolorosamente
en cientos de sueños.
_ Para echarse a la mar hay que conocerla. Aún siendo Patrón, yo respeto las profundidades. Una vez me preguntaron si había visto el Kraken.
Cientos de brazos alzándose desde las oscuras aguas. Presencias fantasmales que fueron invadiendo el último cuarto de la casa. Estamparon en las paredes recuerdos que se caen a la par de la pintura.
El estruendo del repello del techo cayendo sobre la mesa del comedor acalló dos estampidos de disparos en la calle, el rugir de la multitud y el estrépito de los vidrios rotos.
Tengo en mi cuerpo la tranquilidad del espigón, recibo barcas que pasan. Me voy llenando de ostras.
_ Esa embarcación no era marinera, y el mar no perdona errores. Los jóvenes deberían alguna vez escuchar. Aunque tenga que cambiar de indumentaria, de gorra no, uno no es Patrón por gusto.
La desesperación siempre será náufraga y en esta travesía no se aceptan Robinsones aunque se zarpe un Viernes. La desesperación no se detuvo a reflexionar.
– Quizás mañana entre un Norte. Siento la humedad en los huesos. Desde aquí se ve la resaca. Va a hacer falta mucha marinería en ese barco.
_ Voy a tener que cambiar de indumentaria. La gorra no. Parece que va a entrar un Norte. Esta humedad va a acabar con mis huesos.
A la habitación van llegando los restos de naufragios. La lluvia que humedece las paredes, los torna grises y sórdidos. Ya no se anuncian a toda voz en el noticiero diario, llegan como una repetición de algo escuchado en cientos de ocasiones. Las noticias de hoy son el eco de las de ayer, las de ayer de las de anteayer, y así van retrocediendo hasta principios del mundo.
El barquito de papel abandonó a su amigo fiel en el puerto.
_ Ya los depósitos de basura no son lo que antes. Ni pizzas encuentras ahora. Unas cuantas botellas vacías, latas, muy poco de comer.
En el espejo se reflejan las mismas cosas, sólo que un poco más viejas. Las paredes más desconchadas, el polvo cubriendo los libros. Demasiados libros. Las historias se acumulaban tras las puertas. Emboscadas asaltaban a los visitantes, los agredían con una carga de pasado.
El barquito navega del fregadero
hacia el lente
lo atraviesa y se va encajando dolorosamente
en cientos de sueños.
_ Para echarse a la mar hay que conocerla. Aún siendo Patrón, yo respeto las profundidades. Una vez me preguntaron si había visto el Kraken.
Cientos de brazos alzándose desde las oscuras aguas. Presencias fantasmales que fueron invadiendo el último cuarto de la casa. Estamparon en las paredes recuerdos que se caen a la par de la pintura.
El estruendo del repello del techo cayendo sobre la mesa del comedor acalló dos estampidos de disparos en la calle, el rugir de la multitud y el estrépito de los vidrios rotos.
Tengo en mi cuerpo la tranquilidad del espigón, recibo barcas que pasan. Me voy llenando de ostras.
_ Esa embarcación no era marinera, y el mar no perdona errores. Los jóvenes deberían alguna vez escuchar. Aunque tenga que cambiar de indumentaria, de gorra no, uno no es Patrón por gusto.
La desesperación siempre será náufraga y en esta travesía no se aceptan Robinsones aunque se zarpe un Viernes. La desesperación no se detuvo a reflexionar.
– Quizás mañana entre un Norte. Siento la humedad en los huesos. Desde aquí se ve la resaca. Va a hacer falta mucha marinería en ese barco.
©Foto de la serie Silencios de Liudmila Velazco 1995
1 comentario:
Excelentemente conmovedor... Justo para limpiar tela-aranas para aquellos que buscando nuevos horizontes se hayan solos y abandonados. Cuentos realista-crudo. No te mojes "las patas" sino puedes aguantar la marea, el mar conoce su gente.
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