A Brito, fair winds and following seas
No sabían si descuajeringarse de la risa o de pánico cuando les mostró en que irían hasta el cascarón desarbolado que él llamaba muy a lo marinero BOTE. Tono marinero, adquirido por la cercanía de su trabajo al muelle. Bueno, también le aplicaba el mismo término a la palangana de fibra de vidrio, sin proa ni popa apreciable, en las que los invitaba a llegar hasta su nueva adquisición flotante en el medio del canal. La hilaridad llegó al clímax cuando sacó los remos. Él remaría con la escoba y el trozo de yagua le tocaría al amigo de Nueva York.
Además de deforme, el minúsculo bote tenía sólo un banco para remar. La restauradora y su hijo se sentaron en lo que sería, sin definirse, delante y detrás de los remeros. Casi quince minutos fueron necesarios para cubrir los veinticinco metros que los separaban del muelle al bote. El cascarón no estaba tan mal, una vez que estabas a bordo. No tenía motor, el mástil lo tenía escondido bajo el agua, amarrado. De velas, ni de cera. Aun así él soñaba, y les habló durante la tarde, de su proyecto de navegar hasta Cuba. El grumete y segundo al mando sería el amigo de Nueva York. Cinco años que no se veían y toda una tarde para un proyecto. A él siempre le sobraron dos toneladas de amistad, y más de mil sueños.
Él amigo de Nueva York se fue al Caribe a perseguir el sueño que en Cuba los había acompañado. Él se fue a Cuba. El desarbolado futuro velero sigue en el canal de la marina. Marina, donde a veces la amiga restauradora se sienta a fraguar planes que incluyen a Brito, su hijo, los amigos, y un desarbolado velero.
1 comentario:
Me gusta mucho tu forma de contar y escribir...próximo lleno de ironía de la vida...un abrazo desde azpeitia
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