Hace menos de quince minutos estaba sentado en un bar irlandés, más bien un bar niuyorquino. Desde hace cinco años son mis preferidos, les asocio una cuerda atada a la nostalgia. Tres generaciones en USA y aún se llaman a sí mismos irish. Pienso en mis primos, primos que nunca conocí hasta llegar a este país, y que se me presentaron como americanos, o más discordante aún: cubano-americanos. No he llegado al revisionismo geográfico, o al sufrimiento de discriminación de otras épocas, pero me preocupó el hecho de tener algún día un hijo en Estados Unidos. Qué será mi hijo? Un chico o niña perdido entre dos mundos, o luchando por ser aceptado en uno de ellos y renegando del otro, o tal vez tan enamorado de sus raíces que diga alto en cualquier bar, donde los recién estrenados ex adolescentes van a gastar rebeldías tardías, ¡yo soy cubano!
Hace poco una colega me habló del comentario, para ella humorístico para mi despectivo, de su esposo acerca de los cubanos. Según su consorte cuando un cubano alude a sus raíces habla de sus abuelos españoles, palabra de honor solo me vino a la mente en ese momento uno de los dichos más manidos cubanos: En Cuba el que no tiene de congo tiene de carabalí. Y es que tal vez somos generaciones diferentes. Yo no soy de los que dicen “chico”, palabra que al parecer identifica a los cubanos en el exterior, soy de los que dice “asere”, aún cuando ostente título universitario enrollado en una oscura gaveta, no soy de la generación que los colgaba en la sala. Soy de los “palestinos”, no de la franja de Gaza, sino de los de barbacoas, no de asados, en La Habana. De los que en Cuba fuimos peludos roqueros, marginados el 90% del tiempo, y fuera de la Isla escuchamos todo aquello que, ni por fiestas, poníamos en la radio, léase Van Van, Charanga, Zafiros, Clara y Mario, Celina, y toda la pléyade de músicos que en Cuba se dan más fácil que caña de azúcar.
No soy un Pedrito Pan, ni un marielito, ni siquiera balserito. Aún no tengo apodo o nickname. En mi barrio para los nativos (eso en mi país sonaba a indígena, acá te da alcurnia) soy un hispano más, y eso que no alardeo de antepasados peninsulares, para otros soy un freaking latino, los latinos como yo me miran como “blanquito”, eso claro mientras no suelto en jerga adoptada de Centro Habana unos cuantos epítetos acerca del tema. Y me preocupo por la descendencia, y lo que vivirá en la school.
Me pregunto si le hablaré a mi sobrino, en el caso de que no tenga hijos, de lo jodido que era ir a Varadero o de lo maravilloso que era Guardalavaca. En este punto hago un paréntesis, paréntesis viene del símbolo para delimitar texto o números, no del parents, ya dije que era hablando con mi sobrino. El paréntesis era por aquella historia cuando viajamos al Escambray un piquete de amigos, Yamil, el Sapo, Vladi, y que al llegar al Caburni, justo en ese punto en que al salir del camino se ve la cascada y que solo se llega de uno en uno Galia, recién graduada de médico dijo: magnífico. Yamilet, aspirante a psicóloga, lo definió como genial, y Mariela, hija de la poetisa María Elena Cruz, solo dijo las palabras más cercanas a la definición: EMPINGA´OOO. Si porque maravilloso es un término idem, pero empingao es un vocablo que destila cubanía, algunos dicen que otras cosas además, por los cuatro costados.
Me encantaría que ese pequeño, ya no sé si hijo/hija o sobrino, me hablara, y escuchara la Trova desde Manuel Corona hasta Diego Gutiérrez o su tocayo Cano, incluyendo y excluyendo a unos cuantos que lo merecen. Supiera de timba y beisbol (de baseball también, que es un deporte muy parecido pero con menos salsa). De boleros y descargas a punta de amaneceres aún sin malecones. De rock con timba y tambores batá (para los intelectuales finos: instrumentos de percusión bimembranófonos).
Pero sobretodo me llenaría de regocijo o, como diría algún miembro de mi familia, que no me cabría un alpiste en donde no da el sol, que el 4 de diciembre, además de ver un par de películas latinas (una de ellas cubanas por supuesto), en honor al día en que, su padre/tío o lo que sea mi parentesco con él, andaba lidiando de cine en cine en el Vedado la cartelera del festival, se acuerde de Santa Bárbara aunque no truene. Busque el mar más cercano, aunque no sea el de la bahía y el ultramarino pueblo de Regla, y un río que desemboque en él, no importa la falta de bote e indio, y al primer descendiente de irish, yankee, italiano, u holandés le diga sin el miedo que tuvieron mis primos en otra época: Soy CUBANO.
5 comentarios:
Eduardo: te agradezco por dos cosas: por volver a tu blog, que estuve buscando hace unas semanas y creí entender que ya no lo harías más, y en segundo lugar porque me identifico mucho con lo que dices. Yo tampoco escuchaba salsa o sus derivados y ahora me descubro -no desde Estados Unidos, sino desde Brasil, un país que se nos parece mucho- procurando música cubana, la misma que antes me hacía cambiar el canal o apagar el radio. Yo también me pregunto sobre el destino de mi hijo -si tengo alguno en este país- y tengo en ocasiones la necesidad de gritar que soy cubana. Gracias.
A mi me encanta tu blog, y te echaba de menos, pero ¿por qué no pones el fondo blanco? Es que la cuenta del oculista está ya grande, por tu culpita.
oye Eduard, deja la bladenguería (uso el eufemismo porque un blog es un espacio sagrado y te puedo decir otras cosas por teléfono) y sigue colgando cosas en el blog que lo tenías abandonado. abrazos desde El Norte (viste, siempre se puede estar más al Norte),
tu hermano,
Osmany
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Saludos,
Al Godar
Muy emotivo este artículo, muchas gracias por devolverme un ratico a mis raíces. Un saludo.
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