Aún desconozco el crimen por el que huyo desde hace casi cuarenta años. En la niñez creí que estaría relacionado a cristales rotos, y corrí tratando de no pisar las hojas secas de los almendros. En la adolescencia me oculté de leyes contra la lascivia, algunos alegan lujuria esperando penas menores, otros presentan hormonas como elemento atenuante. Incluso escapé en ocasiones con la más flaca de la clase. Corrí siempre en dirección contraria.
Y se volvió rutina. Escapar, ocultarse. Cualquier motivo era bueno para escapar.
Una puñalada al hambre
O a la infidelidad
Una guerra en otro continente
La soledad maternal
De mí
Se volvió costumbre. Escapar, ocultarse. Cualquier lugar es bueno para ocultarse.
Una habitación sin ventanas
La multitud
Una cueva
La casa de los amigos
Una celda
Otra isla
En mí
Siempre que logro escapar me envío cartas de advertencia a mis anteriores direcciones, cartas que invariablemente regresan a advertir del escape destinatario a un remitente ausente. El mes pasado descubrí rostros de viejos conocidos. Quedé preocupado, y ahora cuando desesperado huyo, miro siempre hacia el suelo no sea que involuntariamente este siguiendo las migas de nostalgias que nos llevan de regreso al dolor.
3 comentarios:
Toca el rincon enpolvado de muchos que hemos huido... de recuerdos, verdades y de una misma!
Mira cómo te encuentro, de qué forma. me alegró saber que tienes este huequito en internet. Ya te seguiré visitando, y te escribiré al mail. Te puse un enlace en Fogonero Emergente. Abrazos. Cuidate.
Escapar,,, opcion poco valiente....
porque no romper un dia esa rutina y enfrentar los hechos, las vivencias?
al menos dejaria el alma tranquila..a quien huye y de quien se huye
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